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// Posted by :skaidan2304
// On :marzo 06, 2013
(F/m, incesto)
Mi madre y yo llevábamos viviendo solos varios años. Mi padre la había dejado por una mujer más joven años atrás y ella había decidido no volver a casarse o vivir con ningún hombre. Se había resignado y ahora vivía en soledad conmigo, en un ático del centro de Madrid.
Ella, a sus treinta y ocho años, se conservaba muy bien físicamente. Medía algo más de metro sesenta, tenía pelo moreno que le llegaba por los hombros, la piel muy blanca y con muchos lunares pequeños y unas medidas (según ella dijo una vez) de 99-69-101. Sus pechos eran lo que más destacaba en su cuerpo, siendo turgentes y con gordos pezones, según había podido comprobar una vez que se puso una camiseta ajustada.
Solía pasar su tiempo libre cuidando de sus plantas, especialmente de sus bonsais, de los que tenía más de cincuenta. Cuando no cuidaba de sus plantas, leía o pintaba cuadros, sobre todo de las vistas que tenía de los tejados del centro de la ciudad.
Dinero no necesitábamos desde que tres años antes nos habían tocado una suma importante de dinero en la lotería y ahora nos dedicábamos a vivir la vida, disfrutando de algunos lujos.
Lo que el dinero no podía haberle comprado a mi madre era una persona que la quisiera y apreciase de verdad, al menos de su edad. Era feliz con su vida, pero sabía que había un tremendo vacío en su vida, un vacío que no era fácil rellenar. A pesar de sentirlo, no quería más hombres en su vida, ya que según ella nada más que le habían jugado malas pasadas y no le apetecía estar con ningún otro.
Mi vida era tan tranquila y sedentaria como la de mi madre. Nuestro ático era un refugio perfecto, amplio, lleno de plantas y arbustos e incluso con una pequeña fuente de mármol sucio. Era un lugar muy acogedor, con zonas en las que se podía estar resguardado de la lluvia cómodamente sentado en un sofá de esos que se balancean. Me gustaba tanto estar allí, que salía poco con mis amigos y me dedicaba a leer y cuidar de algunos bonsais que me gustaban especialmente.
A mis diecisiete años yo era un chico normal, al menos físicamente. Medía un metro ochenta, era delgado, moreno y con algunos musculos, aunque no muchos. Sólo había salido en una ocasión con una chica a los quince años, y ahora me había vuelto bastante tímido, o tal vez desinteresado. Por supuesto, tenía interés por el sexo, pero todo lo que conllevaba me abrumaba y prefería simplemente masturbarme, al menos de momento.
Yo era consciente de la falta de mi madre, de su falta de hombres y su necesidad de sexo. Suponía que necesitaba sexo, pero no me atrevía a sugerirle que buscara un hombre o alguien que la pudiera satisfacer, era ir demasiado lejos, aunque a veces hablábamos de cosas algo picantes.
Recuerdo una tarde en la que yo me había ido con un par de amigos al cine y se suponía que no iba a volver en tres horas. Después de la película no tuvimos ganas de tomarnos la hamburguesa que habíamos pensado tomarnos y nos volvimos a casa. Yo abrí con cuidado la puerta para no hacer mucho ruido y entré en casa. Anduve por el pasillo atraído por unos extraños sonidos y cuando llegué a la puerta del salón, que estaba entreabierta, mis sospechas se vieron confirmadas.
En la pantalla grande del salón mi madre estaba viendo una película pornográfica en la que en ese momento salía una mujer haciéndole una felación a un hombre. Cuando me fijé bien vi que mi madre estaba completamente desnuda mirando la tele y con las piernas hacia arriba. Supuse que estaba masturbándose y no quise arriesgarme a ser sorprendido, así que, alucinado, me fui a la calle otra vez con sigilo.
Me di un largo paseo de una hora por los alrededores. No podía quitarme de la mente la imagen de mi madre ante la pantalla con sus piernas hacia arriba. Lo que más me preocupaba es que aquello me había excitado mucho y deseaba haberla podido ver desnuda. Este "incidente" haría que a partir de entonces viera a mi madre como un objeto de deseo y que deseara verla desnuda y que ella me viera a mí.
Los días posteriores a aquella tarde fueron algo incómodos, pero luego me fui acostumbrando a la idea de que mi madre se masturbaba y todo volvió a la normalidad, aunque yo no pudiera quitarme de la cabeza la idea de verla desnuda.
Unas semanas después de aquello, mi madre, después de ver una película de terror, me pidió algo inusual, o que por lo menos lo había sido en los últimos dos o tres años. Quería que durmiese con ella en su cama de matrimonio, ya que tenía miedo de dormir sola. Yo no lo vi como una excusa, ya que ella había sido bastante miedosa anteriormente, así que los dos nos fuimos a la cama.
Yo me senté al borde la cama con un dilema. Normalmente yo dormía completamente desnudo, y sabía que mi madre también lo hacía, pero no sabía si aquella noche aquello tendría continuidad. La respuesta vino pronto cuando mi madre se quitó el camisón por arriba y se quedó sólo en bragas, enseñándome sus grandes y razonablemente firmes tetas de pezones gordos y areolas amplias y rojas. Sus exiguas bragas rojas apenas podían cubrir todo su vello púbico, y este asomaba por varios lugares.
Mi madre se sentó en el otro lado de la cama y se sentó con la espalda apoyada sobre el cabecero. Cogió un bote de pintura de uñas y me preguntó si me importaría pintarle las uñas de los pies con la pintura violeta. Yo por supuesto no me negué y abrí el bote. Mi madre abrió las piernas un poco mientras yo me colocaba a sus pies para pintarle las uñas.
Tenía unos pies muy delicados, pequeños y blancos con una forma muy sexy. Yo se los pinté despacio mientras ella mi miraba con sus piernas medio abiertas. La mancha negra de su vello púbico era perfectamente visible a través de la tela roja de sus bragas y una tremenda erección se hizo la protagonista de mi entrepierna.
Cuando hube terminado de pintarle las uñas, mi madre esperó unos minutos para meterse bajo las sábanas, cosa que yo ya había hecho, con mis pantalones de pijama puestos, unos minutos antes. Una vez bajo las sábanas, hizo un movimiento extraño, como para alcanzar algo, y se bajó las bragas tirándolas al suelo.
-Bueno, ya me he quitado las bragas -me dijo. ¿No te quitas tú los pantalones y los calzoncillos para dormir?
-Yo... Bueno, ¿te importaría... ?
-No ¿por qué me iba a importar?
-Pero es que...
-¿La tienes dura? -me preguntó mi madre sonriendo y dejándome alucinado.
-Pues... sí...
-Bueno, no te preocupes, es normal.
-Ah... -fue todo lo que puede decir.
Yo me quité lo que me quedaba por quitarme y lo tiré al suelo también. Hacía bastante frío para estar desnudos, pero a los dos nos encantaba dormir así y no íbamos a dejar de hacerlo incluso en enero y con nieve en la calle, así que nos acomodamos y poco a poco nos fuimos quedando dormidos.
Unas horas después yo me desperté y me llevé la sorpresa de estar acurrucado a mi madre desde atrás. Mi pene, erecto, estaba metido entre sus muslos y una de mis piernas por encima de las suyas. En ese momento, como si la fatalidad se hubiera cebado conmigo, mi madre se despertó y me encontró así.
-¿Qué estás haciendo, cariño? -me preguntó.
-Per-perdona, mamá... Acabo de despertarme y estaba así... Lo siento...
Mi madre encendió la luz de su mesilla de noche y abrió el cajó de la misma. De éste sacó un condón envuelto todavía en el plástico transparente en el que venía. Me lo puso en la mano y me dijo:
-Si quieres hacerlo, vamos a hacerlo...
-Pero...
-¿No es esto lo que quieres, cariño... ? ¿No quieres follar con mamá?
-Bueno...
-Pero, ¿es que es verdad eso de que te habías despertado así o era una excusa?
-No, era verdad...
-Oh, vaya, entonces me he pasado un poco... Perdona...
-Pero, mamá, yo quiero follar contigo...
-¿De verdad? -me preguntó con una sonrisa que volvía a dibujarse en su rostro. ¿Tienes ganas de meter la colita en el chocho calentito de mamá?
-Sí...
Mi madre se destapó y su poblada y negra vulva quedó al descubierto.
-Déjame que te vea la colita ahora, cariño... Deja que mamá te la vea dura...
Yo me destapé y mi pene de 18 cm quedó al descubierto también ante los hambrientos y asombrados ojos de mi madre. El glande estaba casi entero al descubierto. Mi madre se mordía el labio inferior lascivamente mientras me veía desnudo y erecto.
-¿Estás seguro de que quieres hacerlo conmigo, cariño? -me preguntó.
-Sí, si tu quieres, claro.
-Pues claro que quiero, amor mío, quiero que metas tu colita en mi agujerito, pero no sé si lo vas a hacer forzado o porque verdaderamente te gusto.
-Mamá, me gustas mucho, si no ¿por qué la tengo dura?
-Ven conmigo... -dijo mi madre con voz ronca.
Mi madre me arrastró hacia ella y me tumbó a su lado para luego sentarse a horcajadas sobre mi barriga, dejando mi pene entre sus nalgas por detrás. Acercó su cara a mí y me besó en los labios hundiendo su lengua en mi boca. Ese primer contacto bucal fue electrizante, pero después los dos exploramos lentamente nuestras bocas.
Cuando terminamos de besarnos, mi madre fue basando mi pecho y mi abdomen hasta llegar a mi duro pene. Sin pensárselo dos veces, pasó su lengua por encima de mi glande lamiendo mis líquidos preeyaculatorios. Luego se la metió en su boca y empezó a subir y a bajar su cabeza a lo largo de mi pene. Yo me moría de placer y me sentía cerca del orgasmo. En efecto, un minuto después de empezar, mi pene empezó a lanzar semen en la boca de mi madre, llenándosela de líquido blanco.
Mi madre seguía chupando y tragando hasta que mis espasmos acabaron y terminé de eyacular. Entonces sacó de su boca mi pene y se volvió a sentar sobre mi abdomen, con los pelos de su húmedo coño rozando mi sensible piel. Me volvió a besar mientras yo estrujaba sus grandes tetas y jugueteaba con sus gordos y erectos pezones. Una nueva erección se produjo y mi madre no se dio cuenta. Yo la aparté y la eché boca arriba a mi lado.
Me coloqué de rodillas entre sus piernas abiertas y acerqué mi duro falo a su húmeda raja llena de pelos aplastados por la humedad. Pasé lentamente mi glande por toda su raja, hundiéndolo ligeramente. Luego toqué lentamente su clítoris con él, describiendo círculos alrededor de éste. Más tarde, mi bálano penetró ligeramente su dilatada vagina, pero luego lo saqué. Metía sólo mi glande una y otra vez para atormentarla con el placer sin penetrarla del todo.
Por fin la penetré del todo, deslizando todo mi miembro a lo largo de su húmeda y excitada vagina, que inmediatamente se ajustó a él y lo mantuvo dentro mientras comenzaba a meterlo y sacarlo rítmicamente. Los gemidos de mi madre y el movimiento de sus tetas hicieron que me excitara más aún, pero la penetré lentamente mientras ella se acariciaba el clítoris.
De vez en cuando, el extremo de mi glande tocaba su cérvix y la hacía dar un respingo de dolor-placer. Mi pene seguía entrando y saliendo de la cálida y estrecha vagina de mi madre mientras sus tetas se balanceaban sobre su pecho. La humedad de su agujero hacía que la penetración fuera sumamente fácil a pesar de la estrechez. Yo gozaba sintiéndome dentro de ella, especialmente por el hecho de que era mi madre y los dos estábamos haciendo algo que el 99% de la gente consideraría abominable.
Mi madre empezó a estremecerse y a retorcerse en su primer orgasmo mientras yo me detenía sintiendo su vagina chupar mi pene. Luego continué penetrándola hasta que mi propio orgasmo tuvo lugar. Una inmensa cantidad de esperma llenó su maternal vagina y sólo entonces me di cuenta de que no había usado el condón. De todos modos ya no había solución y además no podía sacar mi miembro en ese momento de placer infinito dentro de mi madre.
Cuando acabé de correrme, saqué mi verga de su caliente chocho y la miré preocupado. Ella leyó mis pensamientos y me dijo:
-Tranquilo, me voy a tomar ahora una píldora poscoital, que hará que no me quede embarazada.
-Ah, menos mal... -dije yo
-¿Te ha gustado?
-Mucho, mamá... Me ha encantado... Tu chocho está muy calentito y mojadito...
-A mí también me ha gustado mucho... La tienes tan grande y dura...
-¿Lo haremos otra vez mañana?
-Espero que quieras...
-¡Pues claro que quiero... ! -exclamé.
-Entonces follaremos todos los días todas las veces que nos apetezca...
-Eres la mejor, mamá...
Mi madre sonrió y los dos nos volvimos a besar en la boca mientras mi semierecto pene entraba en contacto con su vello púbico.
Mi madre y yo llevábamos viviendo solos varios años. Mi padre la había dejado por una mujer más joven años atrás y ella había decidido no volver a casarse o vivir con ningún hombre. Se había resignado y ahora vivía en soledad conmigo, en un ático del centro de Madrid.
Ella, a sus treinta y ocho años, se conservaba muy bien físicamente. Medía algo más de metro sesenta, tenía pelo moreno que le llegaba por los hombros, la piel muy blanca y con muchos lunares pequeños y unas medidas (según ella dijo una vez) de 99-69-101. Sus pechos eran lo que más destacaba en su cuerpo, siendo turgentes y con gordos pezones, según había podido comprobar una vez que se puso una camiseta ajustada.
Solía pasar su tiempo libre cuidando de sus plantas, especialmente de sus bonsais, de los que tenía más de cincuenta. Cuando no cuidaba de sus plantas, leía o pintaba cuadros, sobre todo de las vistas que tenía de los tejados del centro de la ciudad.
Dinero no necesitábamos desde que tres años antes nos habían tocado una suma importante de dinero en la lotería y ahora nos dedicábamos a vivir la vida, disfrutando de algunos lujos.
Lo que el dinero no podía haberle comprado a mi madre era una persona que la quisiera y apreciase de verdad, al menos de su edad. Era feliz con su vida, pero sabía que había un tremendo vacío en su vida, un vacío que no era fácil rellenar. A pesar de sentirlo, no quería más hombres en su vida, ya que según ella nada más que le habían jugado malas pasadas y no le apetecía estar con ningún otro.
Mi vida era tan tranquila y sedentaria como la de mi madre. Nuestro ático era un refugio perfecto, amplio, lleno de plantas y arbustos e incluso con una pequeña fuente de mármol sucio. Era un lugar muy acogedor, con zonas en las que se podía estar resguardado de la lluvia cómodamente sentado en un sofá de esos que se balancean. Me gustaba tanto estar allí, que salía poco con mis amigos y me dedicaba a leer y cuidar de algunos bonsais que me gustaban especialmente.
A mis diecisiete años yo era un chico normal, al menos físicamente. Medía un metro ochenta, era delgado, moreno y con algunos musculos, aunque no muchos. Sólo había salido en una ocasión con una chica a los quince años, y ahora me había vuelto bastante tímido, o tal vez desinteresado. Por supuesto, tenía interés por el sexo, pero todo lo que conllevaba me abrumaba y prefería simplemente masturbarme, al menos de momento.
Yo era consciente de la falta de mi madre, de su falta de hombres y su necesidad de sexo. Suponía que necesitaba sexo, pero no me atrevía a sugerirle que buscara un hombre o alguien que la pudiera satisfacer, era ir demasiado lejos, aunque a veces hablábamos de cosas algo picantes.
Recuerdo una tarde en la que yo me había ido con un par de amigos al cine y se suponía que no iba a volver en tres horas. Después de la película no tuvimos ganas de tomarnos la hamburguesa que habíamos pensado tomarnos y nos volvimos a casa. Yo abrí con cuidado la puerta para no hacer mucho ruido y entré en casa. Anduve por el pasillo atraído por unos extraños sonidos y cuando llegué a la puerta del salón, que estaba entreabierta, mis sospechas se vieron confirmadas.
En la pantalla grande del salón mi madre estaba viendo una película pornográfica en la que en ese momento salía una mujer haciéndole una felación a un hombre. Cuando me fijé bien vi que mi madre estaba completamente desnuda mirando la tele y con las piernas hacia arriba. Supuse que estaba masturbándose y no quise arriesgarme a ser sorprendido, así que, alucinado, me fui a la calle otra vez con sigilo.
Me di un largo paseo de una hora por los alrededores. No podía quitarme de la mente la imagen de mi madre ante la pantalla con sus piernas hacia arriba. Lo que más me preocupaba es que aquello me había excitado mucho y deseaba haberla podido ver desnuda. Este "incidente" haría que a partir de entonces viera a mi madre como un objeto de deseo y que deseara verla desnuda y que ella me viera a mí.
Los días posteriores a aquella tarde fueron algo incómodos, pero luego me fui acostumbrando a la idea de que mi madre se masturbaba y todo volvió a la normalidad, aunque yo no pudiera quitarme de la cabeza la idea de verla desnuda.
Unas semanas después de aquello, mi madre, después de ver una película de terror, me pidió algo inusual, o que por lo menos lo había sido en los últimos dos o tres años. Quería que durmiese con ella en su cama de matrimonio, ya que tenía miedo de dormir sola. Yo no lo vi como una excusa, ya que ella había sido bastante miedosa anteriormente, así que los dos nos fuimos a la cama.
Yo me senté al borde la cama con un dilema. Normalmente yo dormía completamente desnudo, y sabía que mi madre también lo hacía, pero no sabía si aquella noche aquello tendría continuidad. La respuesta vino pronto cuando mi madre se quitó el camisón por arriba y se quedó sólo en bragas, enseñándome sus grandes y razonablemente firmes tetas de pezones gordos y areolas amplias y rojas. Sus exiguas bragas rojas apenas podían cubrir todo su vello púbico, y este asomaba por varios lugares.
Mi madre se sentó en el otro lado de la cama y se sentó con la espalda apoyada sobre el cabecero. Cogió un bote de pintura de uñas y me preguntó si me importaría pintarle las uñas de los pies con la pintura violeta. Yo por supuesto no me negué y abrí el bote. Mi madre abrió las piernas un poco mientras yo me colocaba a sus pies para pintarle las uñas.
Tenía unos pies muy delicados, pequeños y blancos con una forma muy sexy. Yo se los pinté despacio mientras ella mi miraba con sus piernas medio abiertas. La mancha negra de su vello púbico era perfectamente visible a través de la tela roja de sus bragas y una tremenda erección se hizo la protagonista de mi entrepierna.
Cuando hube terminado de pintarle las uñas, mi madre esperó unos minutos para meterse bajo las sábanas, cosa que yo ya había hecho, con mis pantalones de pijama puestos, unos minutos antes. Una vez bajo las sábanas, hizo un movimiento extraño, como para alcanzar algo, y se bajó las bragas tirándolas al suelo.
-Bueno, ya me he quitado las bragas -me dijo. ¿No te quitas tú los pantalones y los calzoncillos para dormir?
-Yo... Bueno, ¿te importaría... ?
-No ¿por qué me iba a importar?
-Pero es que...
-¿La tienes dura? -me preguntó mi madre sonriendo y dejándome alucinado.
-Pues... sí...
-Bueno, no te preocupes, es normal.
-Ah... -fue todo lo que puede decir.
Yo me quité lo que me quedaba por quitarme y lo tiré al suelo también. Hacía bastante frío para estar desnudos, pero a los dos nos encantaba dormir así y no íbamos a dejar de hacerlo incluso en enero y con nieve en la calle, así que nos acomodamos y poco a poco nos fuimos quedando dormidos.
Unas horas después yo me desperté y me llevé la sorpresa de estar acurrucado a mi madre desde atrás. Mi pene, erecto, estaba metido entre sus muslos y una de mis piernas por encima de las suyas. En ese momento, como si la fatalidad se hubiera cebado conmigo, mi madre se despertó y me encontró así.
-¿Qué estás haciendo, cariño? -me preguntó.
-Per-perdona, mamá... Acabo de despertarme y estaba así... Lo siento...
Mi madre encendió la luz de su mesilla de noche y abrió el cajó de la misma. De éste sacó un condón envuelto todavía en el plástico transparente en el que venía. Me lo puso en la mano y me dijo:
-Si quieres hacerlo, vamos a hacerlo...
-Pero...
-¿No es esto lo que quieres, cariño... ? ¿No quieres follar con mamá?
-Bueno...
-Pero, ¿es que es verdad eso de que te habías despertado así o era una excusa?
-No, era verdad...
-Oh, vaya, entonces me he pasado un poco... Perdona...
-Pero, mamá, yo quiero follar contigo...
-¿De verdad? -me preguntó con una sonrisa que volvía a dibujarse en su rostro. ¿Tienes ganas de meter la colita en el chocho calentito de mamá?
-Sí...
Mi madre se destapó y su poblada y negra vulva quedó al descubierto.
-Déjame que te vea la colita ahora, cariño... Deja que mamá te la vea dura...
Yo me destapé y mi pene de 18 cm quedó al descubierto también ante los hambrientos y asombrados ojos de mi madre. El glande estaba casi entero al descubierto. Mi madre se mordía el labio inferior lascivamente mientras me veía desnudo y erecto.
-¿Estás seguro de que quieres hacerlo conmigo, cariño? -me preguntó.
-Sí, si tu quieres, claro.
-Pues claro que quiero, amor mío, quiero que metas tu colita en mi agujerito, pero no sé si lo vas a hacer forzado o porque verdaderamente te gusto.
-Mamá, me gustas mucho, si no ¿por qué la tengo dura?
-Ven conmigo... -dijo mi madre con voz ronca.
Mi madre me arrastró hacia ella y me tumbó a su lado para luego sentarse a horcajadas sobre mi barriga, dejando mi pene entre sus nalgas por detrás. Acercó su cara a mí y me besó en los labios hundiendo su lengua en mi boca. Ese primer contacto bucal fue electrizante, pero después los dos exploramos lentamente nuestras bocas.
Cuando terminamos de besarnos, mi madre fue basando mi pecho y mi abdomen hasta llegar a mi duro pene. Sin pensárselo dos veces, pasó su lengua por encima de mi glande lamiendo mis líquidos preeyaculatorios. Luego se la metió en su boca y empezó a subir y a bajar su cabeza a lo largo de mi pene. Yo me moría de placer y me sentía cerca del orgasmo. En efecto, un minuto después de empezar, mi pene empezó a lanzar semen en la boca de mi madre, llenándosela de líquido blanco.
Mi madre seguía chupando y tragando hasta que mis espasmos acabaron y terminé de eyacular. Entonces sacó de su boca mi pene y se volvió a sentar sobre mi abdomen, con los pelos de su húmedo coño rozando mi sensible piel. Me volvió a besar mientras yo estrujaba sus grandes tetas y jugueteaba con sus gordos y erectos pezones. Una nueva erección se produjo y mi madre no se dio cuenta. Yo la aparté y la eché boca arriba a mi lado.
Me coloqué de rodillas entre sus piernas abiertas y acerqué mi duro falo a su húmeda raja llena de pelos aplastados por la humedad. Pasé lentamente mi glande por toda su raja, hundiéndolo ligeramente. Luego toqué lentamente su clítoris con él, describiendo círculos alrededor de éste. Más tarde, mi bálano penetró ligeramente su dilatada vagina, pero luego lo saqué. Metía sólo mi glande una y otra vez para atormentarla con el placer sin penetrarla del todo.
Por fin la penetré del todo, deslizando todo mi miembro a lo largo de su húmeda y excitada vagina, que inmediatamente se ajustó a él y lo mantuvo dentro mientras comenzaba a meterlo y sacarlo rítmicamente. Los gemidos de mi madre y el movimiento de sus tetas hicieron que me excitara más aún, pero la penetré lentamente mientras ella se acariciaba el clítoris.
De vez en cuando, el extremo de mi glande tocaba su cérvix y la hacía dar un respingo de dolor-placer. Mi pene seguía entrando y saliendo de la cálida y estrecha vagina de mi madre mientras sus tetas se balanceaban sobre su pecho. La humedad de su agujero hacía que la penetración fuera sumamente fácil a pesar de la estrechez. Yo gozaba sintiéndome dentro de ella, especialmente por el hecho de que era mi madre y los dos estábamos haciendo algo que el 99% de la gente consideraría abominable.
Mi madre empezó a estremecerse y a retorcerse en su primer orgasmo mientras yo me detenía sintiendo su vagina chupar mi pene. Luego continué penetrándola hasta que mi propio orgasmo tuvo lugar. Una inmensa cantidad de esperma llenó su maternal vagina y sólo entonces me di cuenta de que no había usado el condón. De todos modos ya no había solución y además no podía sacar mi miembro en ese momento de placer infinito dentro de mi madre.
Cuando acabé de correrme, saqué mi verga de su caliente chocho y la miré preocupado. Ella leyó mis pensamientos y me dijo:
-Tranquilo, me voy a tomar ahora una píldora poscoital, que hará que no me quede embarazada.
-Ah, menos mal... -dije yo
-¿Te ha gustado?
-Mucho, mamá... Me ha encantado... Tu chocho está muy calentito y mojadito...
-A mí también me ha gustado mucho... La tienes tan grande y dura...
-¿Lo haremos otra vez mañana?
-Espero que quieras...
-¡Pues claro que quiero... ! -exclamé.
-Entonces follaremos todos los días todas las veces que nos apetezca...
-Eres la mejor, mamá...
Mi madre sonrió y los dos nos volvimos a besar en la boca mientras mi semierecto pene entraba en contacto con su vello púbico.
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